La entrada a la cueva está vigilada siempre por dos personas, grandes como armarios y envueltos en ropas rojas, confundiendose con la roca, de tal forma que apenas quedan a la vista los ojos.
Una vez dentro de la caverna, se avanza por una larga galería, iluminada por el crepitar de las antorchas, dando lugar a una atmósfera algo pesada por el calor. Para evitar la acumulación de humo, suele haber sobre, en el techo las antorchas pequeños agujeros que dan al exterior.
Finalmente, la galería se abre a una amplia sala circular, creada de forma natural. El mercado negro casi parece una pequeña ciudad. A lo largo de varias tiendas de lona cerradas, los comerciantes venden sus mercancias de dudosa procedencia, y aún más dudosa legalidad.
Justo frente a la entrada de la sala, al fondo, se encuentra una tienda más grande. Allí, un anciano de mirada aguileña, sentado trás una mesa, espera todo el día, con una pila de papeles al lado, cartas llegadas pidiendo alguna tarea a realizar, desde asesinatos y torturas hasta simples robos.
En el interior de la cueva, también existe una taberna, otra gran tienda de lona al lado derecho de la sala, en la que la peor calaña se reune a hablar de sus trabajos y de cuanto han cobrado.
